Un sismo de 6,6 grados había sacudido la planta atómica de Kashiwazaki-Kariwa en 2007.La central registró entonces dos fugas radioactivas. El OIEA lanzó un "llamado de atención al mundo" que no fue escuchado
Los accidentes atómicos son, en cualquier caso, producto de errores o negligencia humana. Aún cuando el detonante es una catástrofe natural de la magnitud de un tsunami. Hace cuatro años, Japón desatendió una advertencia del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) sobre la peligrosidad de construir centrales nucleares en zonas sísmicas. El resultado es la bomba de tiempo que se activó en Fukushima.
El 16 de julio de 2007, a las 10:30 de la mañana, un terremoto de 6,6º en la escala de Ritcher hizo crujir durante 20 segundos al estado de Niigata, 200 kilómetros al suroeste de Tokio. A 17 kilómetros del epicentro sísmico estaba la planta de Kashiwazaki-Kariwa, la más grande de Asia y una de las principales productoras de electricidad del mundo.
El temblor fue dos veces y medio mayor a lo que la central estaba preparada para resistir. El sistema de emergencia automático desactivó tres de los reactores de la planta, pero uno de ellos se prendió fuego. Aunque primero negó daños, la Compañía de Energía Eléctrica de Tokio (TEPCO), propietaria de Kashiwazaki-Kariwa, reconoció finalmente que "hubo dos fugas radiactivas y se detectaron 50 fallos de funcionamiento en los reactores".
Tras el accidente de 2007, el OIEA sostuvo en un informe que lo ocurrido en Japón era un "llamado de atención que debe ser atendido a nivel global". Agregó que "la mayor amenaza para una central puede estar fuera de sus paredes: huracanes, inundaciones, incendios, tsunamis, volcanes, terremotos. Los ingenieros, arquitectos y especialistas deberían tener en consideración a las fuerzas extremas de la naturaleza".
0 comentarios:
Publicar un comentario